Querido S:
Imagino que Vuecencia conocerá, cierta leyenda urbana que
cuenta que en cierta ocasión el gran escritor mejicano Octavio Paz convocó una
rueda de prensa en Mexico DF, para desmentir que hubiera muerto, porque hacia
algo más de una semana que ningún medio de comunicación mejicano hablaba de él.
Yo pongo en duda esa leyenda, porque se, de primera mano que
dirían los horteras, otra historia, esta absolutamente cierta, y también
protagonizada por el maestro Octavio Paz, en la que habiendo acudido a Valencia
en el año 1986 para celebrar el cincuenta aniversario del Congreso de Escritores
Antifascistas de 1936, el ya maduro escritor quedo prendando de la belleza de
cierta dama, bastantes años más joven que él. La señora en cuestión era la
propietaria de cierta librería en el caso antiguo de Valencia y que despertó el
interés de don Octavio. El caso es que dicha señora, que junto con el escritor,
estaba en una charla con motivo del evento anteriormente citado, tuvo que
abandonarla por otras obligaciones profesionales. Ante lo cual, Octavio Paz se
acercó a ella y cogiéndole la mano, con delicadeza, le dijo, mirándola a los
ojos “por favor no me diga que se va”.
Y esto que os he contado es absolutamente cierto, lo cual
tampoco significa que niegue la veracidad de la primera historia.
Todos los genios, y por supuesto los clásicos como el
insigne escritor mexicano, tienen algo de egocéntrico, hecho normal. Pero sin
embargo no solamente ellos, incluso personajes o personajillos que pueden estar
aún más pagados de si mismos que estos grandes genios.
Yo, sería un ejemplo. Tengo que reconocerlo Sire, soy un
fantoche, pero es que me enorgullezco de
ello, y además mi nueva faceta docente ha agudizado este defecto. Pero sin
embargo a un tiempo y en calidad de escolástico impenitente que une lo material
y lo espiritual, puedo experimentar a la vez pensamientos libidinosos pero
también candorosos y sumo afecto entrañable.
Os explico Sire, cuando voy por la calle y me cruzo con
alguna bella señora, me tomo la molestia en mirarle sus posaderas, glúteos,
donde la espalda pierde su casto nombre…su culo vamos, y lo que es más si esa
parte de su anatomía es bello y hermoso, despierta en mi un sentimiento de
cariño paterno-filial y pienso en la Navidad.
Efectivamente, aunque parezca extraño asocio la Navidad con
el bonito culo de una dama. Incluso en algunos momentos asoma una furtiva
lagrimilla de emoción por mis ojos, aunque como Vuecencia sabe, los hombres no
lloran. El caso es que me gustaría saber porque produce ese sentimiento en mi,
pero en todo caso tengo que deciros que es un sentimiento bello y hermoso. Me
hace recordar navidades pasadas, momento mágicos….culitos entrañables, con
perdón de la expresión.
Pero aún así, no soy más que “un pobre infeliz, que gime
como una ramera”, en feliz y brillante definición del Maestro Viejo Lobo. Uno,
como he dicho tantas veces en esta extraordinaria bitácora, tiene la suerte de
tener amigos como el Viejo Lobo, el Señor Aspirante o el Príncipe, que, como
personas íntegras y cabales, me saben bajar los humos y mantenerme a raya.
Pero aún así, lo reconozco, algunas veces me dejo llevar por
mi carácter egocéntrico, que se mira y remira en el espejo, que puede tardar
más de un día en elegir la ropa que se pondrá en la siguiente jornada.
Os voy a contar un sucedido, o anécdota. Hace unos pocos
días me encontraba con el Viejo Lobo en un conocido restaurante, por cierto
frecuentado por hermosas señoras. El caso es que le pedí a mi buen amigo un
favor, ya que como iba a ir al cuarto de baño y tenía que pasar por un pequeño
pasillo de misas y sillas, le dije a mi amigo, que por favor me mirase el culo
a ver que es lo que le parecía.
Lo sorprendente es que el Viejo Lobo me miro un instante con
indiferencia, sin prestar el menor interés a semejante propuesta.
Yo, la verdad, es que manejo varias opciones:
1-Ya me había mirado el culo con anterioridad y no había despertado en él la menor admiración,
así que como buen amigo prefirió mostrar
indiferencia.
2-Como en la primera opción me había mirado ya el culo, y le
había parecido interesante, pero como buen amigo para no alabar mi desmedido
ego, ni despertar mis bajos instintos prefirió mostrar indiferencia.
3-Y por último, la más simple, mi querido amigo pasaba
absolutamente de mis chorradas, pero como buen amigo prefirió también mostrar
indiferencia para no molestarme.
En fin Sire, como veréis elija la opción que elija, mi amigo siempre lo que hace lo hace por mi bien, y como mínimo
nunca quiere hacerme sentir mal.
Pues bien precisamente por eso mi ego, ya desmedido de por
sí, se siente más engordado que nunca. Puedo presumir de tener un gran amigo,
no sólo eso, un lujo de amigo. Por eso como don Octavio Paz en esa anécdota
apócrifa, quisiera desmentir que haya pasado a mejor vida porque nadie hable ni
siquiera mal de mí.
Saludos. E.
Seguimos sobreviviendo.
Besos desde la guarida.
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