lunes, 21 de junio de 2010

UMBRAL SOBRE MARTIN PRIETO.



José Luis Martín Prieto siempre tuvo problemas de cabeza y de barba. Muy amigo de Juan Luis Cebrián, otrora, fue subdirector de El País y también allí se quitaba y se ponía boinas y melenas, porque todavía no había perdido el peine. Nuestra amistad venía de cuando él iba a una academia de preparación para ingreso en la Escuela de Periodismo, hoy Facultad de la cosa. La Academia me parece que era del Frente de Juventudes y, con José Luis Martín Prieto, la frecuentaban Juanito Van-Halen y otras promesas. Yo publicaba ya en los periódicos, o sea que era mayor que ellos.

Los domingos, algunos domingos, organizábamos guateques, que es como se decía entonces, en el piso de algún chico o chica cuyos padres se habían ido a tomar vientos a la sierra. Todavía no se había inventado el fin de semana. Recuerdo aquellos ascensores dominicales, con olor a mucha familia, que tomábamos al asalto en un inmueble dominicalmente vacío. Llegaba el momento de secuestrar las luces y bailábamos lo lento, o sea Lorenzo González y otros, para arrimar a las gachilillas todo el taller. Los que aprendimos a bailar lo lento, o sea el bolero, jamás hemos aprendido a bailar otra cosa, pues el baile es una gilipollez que sólo se justifica por el magreo.
Martín Prieto, que todavía no era el Martín Prieto, estaba enamorado de alguna de aquellas nativeles que asimismo eran musas de Carlos Oroza, el poeta del café sin café. Cuando le pillabas la chica para el siguiente bolero, Martín Prieto se cabreaba mucho hacia adentro. Esto es lo que le caracteriza, el cabreo hacia adentro, que luego sale en sus columnas, veinte o treinta años más tarde, convertido en sobrio humor, sangrante herida seca y dolor de los hombres más que de las mujeres, pues las chais se le daban, pero en la profesión parece que no se le ha tratado como es o era debido. Y aquí reaparece el José Luis de boina, novio de la hija de un marino que militó en el 23F, y que se lo contaba todo a nuestro amigo, que hacía unos artículos y reportajes cojonudos, llenos de información, de precisión y de sublime mala leche.

Luego vino la gloriosa égloga americana, donde el Martín Prieto siguió cabreando militares, desde Videla a Chile, pasando por Montevideo. Había sido el hombre secreto de El País y se convirtió en el periodista más brillante, valiente, peligroso, puntual y activo de aquella movida contra las dictaduras americanas. Volvió en olor de santidad, casado con una doctora argentina, y sin empleo. Es cuando pasa al Grupo Z ya como columnista consagrado, que en realidad convertía la tipografía numerosa de sus grandes páginas en artículos habituales, llenos de información, intención y precisión.

Desde aquellos sudores domingueros no habíamos vuelto a ser amigos, pues él nunca me hizo caso en el Informaciones ni en El País. Me miraba en silencio, como el primero de la clase, y sin duda veía en mí un ente raro y anacrónico, cebado de literatura y falto de interés. Seguramente tenía razón. En este juego de las cuatro esquinas que es la colaboración periodística, pasa a Diario 16 y finalmente lo ficha Pedro J. Ramírez para El Mundo, donde nos da unas columnas que fingen sueño pero que son plurales de sabiduría, aforradas de dossier, exhaustivas, definitivas y con un rasgo final de sorpresa (ley de la columna), como cuando le ofreció a ETA su nombre y dirección para que fueran a verle. Metido en el laberinto vasco, lleva un peine en la barba, una chapela muy airosa y una ginebra en la mano. Se ha afeitado.

Sus columnas son tardías, como escritas de madrugada, su corazón está siempre glorioso de infarto político, y lo que sale al final es una pieza maestra de la columna analítica y cotilla, dentro del más alto y noble marujeo periodístico. éramos un mariachi de asesinos a las órdenes de Pedro J. Ramírez, pero quienes ahora vuelven a la cárcel son Vera y Barrionuevo. Y es que hay maneras y maneras de matar. La argentina es gorda y encantadora y yo creo que son felices en torno a la hoguera espiritual de la ginebra. El Martín Prieto gana dinero, lo justo, y un día que, en los jardines del San Mauricio, le pusimos un bombín republicano quedaba puro Azaña de feo y de listo. Otro día me dijo: “Eres la mayor vocación literaria de nuestra generación”. Sus elogios siempre son así, de ida y vuelta.

Buda madrileño del silencio político, sólo habla cuando le escuchan y siempre dice cosas interesantes, con informaciones inauditas que nunca pasarán a ningún periódico. últimamente está tristón y como escapadizo, pelado al cero, con el alma orientaloide y oblicua. Como sólo cultiva la columna, se dedica a ella de una manera rumiante, y cuando la ha pasado por los cuatro estómagos la pasa al ordenador. Sigue siendo el gran enigmático de la banda, pero también tiene una llaga de hombre bueno por donde le sangran los daños que le han hecho, los quereres que no le han querido y esa manía de escribir, como Ramón, a la madrugada. He aquí un maestro callado, un niño enfadado, creo que hijo de socialista, y un amigo de la amistad secreta. Su entidad de hombre alto y gigante está ya completa y sólo produce monedas de curso legal, aunque sus demonios familiares sean siempre los mismos y se le noten como mucho. Ahora le veo menos pero lo leo siempre y creo que el alcohol le pone triste e iluminado. Leer una columna suya es como haberse leído un periódico entero, pero su secreta vocación fue siempre dirigir un periódico. ¿Cuál?


FRANCISCO UMBRAL

2 comentarios:

El viejo lobo dijo...

Sr. Francotirador es posible que algún columnista escriba mejor que Martín Prieto, pero de lo que estoy absolutamente seguro es que ninguno rezuma más hombría por sus poros y entrañas que este garañón en celo, como lo describió el mejor amigo que nadie podía tener al lado en las peores situaciones, el Principe de España y de las letras hispanas, don Francisco Umbral.

EL FRANCOTIRADOR dijo...

Tendría que haber sido Martín Prieto quien heredara el trono de Umbral en "El Mundo".