viernes, 8 de enero de 2010

SUERTE VIEJO LOBO.

Mañana mi amigo el Viejo Lobo tiene una prueba selectiva relacionada con su actividad laboral y de cuyo resultado sea el que sea,saldrá airoso,por muchísimas razones,pero como yo soy arbitrario y tendencioso diré la única que me vale,ES MI AMIGO.Por eso es un honor y un privilegio para mí dedicarle la entrada de hoy,que tal vez tenga más brillantez que otra veces porque es menos francotirador y más Viejo Lobo.

LOS FUNCIONARIOS.

FRANCISCO UMBRAL.

Pasamos del gobierno de los mitos al gobierno de los funcionarios. A ver si con los funcionarios nos va mejor que con los mitos.


La utopía cuatrocaminera del 82 vino populosa de nombres y prestigio. Eran nombres nuevos y un prestigio de urgencia, sobre la leyenda histórica del PSOE y la UGT. Recuerdo que alguien me lo dijo: «Lo mejor que tiene el socialismo es el nombre; qué palabra: socialismo». Efectivamente, ha sido el gran hallazgo semántico y conceptual de más de un siglo. ¿Quién que es, en el siglo XX, no es socialista? Pero a veces ha ocurrido (también en España) que el socialismo se ha quedado en eso que tanto le gustaba a mi amigo: en el nombre. El socialismo español principió a generar mitos en los setenta/ochenta, de Felipe González en adelante, primero a la sombra de los reyes godos de la izquierda y luego ya por su cuenta. Como tales mitos se han comportado nuestros gobernantes e intelectuales, disfrutando de ese crédito mitológico que el pueblo les concedió, desde el mitin de la Universitaria hasta el mitin de Linares, unos quince años. Incluso los adheridos y allegados, como Belloch, empezaron a cultivar en seguida una imagen mítica de ministros atípicos. Se ha escenificado muy bien el socialismo y la democracia, lo cual no quiere decir que todo haya sido escenificación, pero sí que el gentío iba haciéndose heterodoxo respecto de ese santoral.

Ahora principia una política nueva, que quizá será parecida a aquélla (hay poco donde elegir), pero éstos vienen como el gobierno de los funcionarios, anteponen la eficacia al santoral y la administración al ritual. Para un pueblo seguramente es mejor estar regido por buenos administradores que por un brillante politeísmo. Sería el caso de Suiza, un mundo doméstico y feliz, pero aburrido. Los grandes países míticos y mitificadores (Alemania, Francia, Italia, España misma) han tenido una existencia más movida, han dejado su huella digital en la Historia, y muchas enciclopedias, pero al pueblo le ha ido más irregular, cuando no francamente mal. Nuestra Segunda República estaba llena de figuras míticas, sobre un fondo de extensas bases revolucionarias. Y sin embargo fracasó, o más bien la fracasaron. Quiere decirse que quizá lo mejor sea la alternancia, no en el sentido periodístico y banal en que se utiliza hoy mismo esta palabra, sino en un sentido más profundo. Los pueblos tienden naturalmente a la épica, aunque cada vez menos. Hoy la épica es Maastricht, una épica de funcionarios, y ahí se mueven lo mismo Javier Solana que Abel Matutes, sólo que Matutes tiene un pasado (y un presente) de hombre de negocios, dedicado a la industria del ocio duro y a otras industrias, mientras Solana nunca fue más que un estudiante de ciencias con buena mano para la cosa pública. Veremos si los funcionarios no caen en la tentación de automitificarse. Es una cosa que va de suyo con el Poder.

Pero, hoy por hoy, la España un poco cansada de todo el zodíaco felipista, lleno de lumbreras y supernovas, acoge con esperanza y confianza a unos hombres y mujeres que, más que de las revoluciones tan vistosas y de la nueva épica occidentalista, se reclaman sencillamente de la Administración, como que son una generación de opositores y números uno de su promoción, como los ministros de Franco. Los socialistas no hacían oposiciones. Preferían hacer Historia. Estos han opositado al Poder y han sacado plaza. Aznar es algo así como el reposo del guerrero. Lo único que, funcionario de clase media, en La Moncloa no acaba de coger la postura.

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