domingo, 22 de agosto de 2010

LA BATALLA DE CASTILLEJOS.


Ya lo había apurado todo: arengas, amenazas, órdenes, palabras de camarada y de amigo... Por segunda vez había intentado aquella arremetida, y por segunda vez el regimiento de Córdoba se había estrellado contra una bocanada de viento cuajado de mortífero plomo... ¡Y el enemigo avanzaba entretanto!..., ¡y las posiciones conquistadas a precio de tanta sangre española iban a quedar por suyas!, ¡y el equipo de aquellos dos batallones caería en poder de los marroquíes!, ¡y España sería vencida por vez primera en el africano continente!...

¡Oh! No. ¡Esto no podía ser! ¡Los leones de Castilla harán un esfuerzo desesperado! ¡El corazón de nuestros valientes responderá al acento supremo del patriotismo!

El conde de Reus ve ondear ante sus ojos la bandera de España, que conduce el abanderado de Córdoba... El semblante del general se ilumina con el fuego de una súbita inspiración... Lánzase sobre la bandera: cógela en sus manos; tremólala en torno suyo, como si quisiese identificarse con ella, y rigiendo su caballo hacia los marroquíes y volviendo la cabeza hacia los batallones que deja detrás, exclama con tremebundo acento:

-¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que son vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera, que es de la patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas... ¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en poder de los moros? ¿Dejaréis morir solo a vuestro general! ¡Soldados!... ¡Viva la Reina!

Dice, y da espuelas a su caballo. Y sin reparar en si va solo o le sigue su infantería, cierra contra las huestes contrarias, con la bandera amarilla y roja desplegada al viento, suspendiendo por un instante la furia de los marroquíes, que asombrados contemplan tan impertérrita figura...

Los batallones de Córdoba no han sido sordos a aquella voz irresistible. ¡Viva nuestro general!, gritan vigorosamente, y se abalanzan en pos suyo sobre los moros, y arrostran una muerte segura, y caen cadáveres sobre cadáveres, y siguen arremetiendo, y las bayonetas se cruzan con las gumías, y mézclase la sangre infiel con la cristiana, y la victoria ciérnese indecisa sobre los revueltos combatientes.

Las cornetas siguen tocando ataque; los marroquíes asordan el espacio con sus gritos; el arma blanca y la de fuego juegan indistintamente; el humo se hace tan denso, que no permite distinguir al amigo del adversario; ¡pero la bandera española reluce siempre sobre la tormenta, y siempre en manos de nuestro afortunado caudillo! ¡Afortunado, sí! ¡Las balas, que silban y cruzan a su alrededor, que siembran la muerte por todos lados, que hieren a sus ayudantes, que alcanzan a su caballo, respetan la vida de aquel soldado vestido de general, de aquel que es el alma de la lucha, de aquel que sobresale entre todos y ostenta en su mano nuestra adorada y venerable enseña! Diríase que está dotado de la virtud de Aquiles.

¡Horribles son las pérdidas de los moros en aquella hora! Los soldados del SEGUNDO CUERPO los persiguen, sedientos de venganza, y la sangre vertida en torno del general Prim es más que lavada por la que hacen derramar a los moros, en unión del regimiento de Córdoba, los batallones de Simancas, León, Arapiles y Saboya, a las órdenes del general Zabala.

DIARIO DE UN TESTIGO DE LA GUERRA DE ÁFRICA.TOMO I.Pedro Antonio de Alarcon.

2 comentarios:

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Cuando en España, los generales, los jefes, los mandos en todos los aspectos eran los primeros en dar ejemplo y sangre.

EL FRANCOTIRADOR dijo...

Don Juan Prim,conde de Reus,catalán orgulloso de ser español.