jueves, 28 de enero de 2010

RECORDANDO A UMBRAL.


Este artículo fue escrito por Martin Prieto en noviembre de 1996,tras la concesión del premio Principe de Asturias a Francisco Umbral.
Francisco Umbral: El Príncipe

Que me excuse don Felipe de Borbón, mucho antes que él naciera aquí no había otro Príncipe que Francisco Umbral. Siendo de su generación nos tuvo (y nos tiene) encandilados desde que llegó de Valladolid a este Madrid, que sería su corte, pastoreado por Miguel Delibes. ¡Qué tendrá Valladolid, además del buen peso del español que allí se habla, para producir tan excelentes escritores y periodistas! Pareciera la vieja ciudad castellana el último reducto de un idioma y también de una manera de ser que tiene mucho que ver con la hidalguía y la bonhomía.

Francisco Umbral no quería ser escritor; digo yo que debió nacer bajo tal condición. Cuando llegó a Madrid no descubrió absolutamente nada que no supiera: fuimos los demás quienes nos enteramos de su literatura (antes de publicar su primer libro) su desprejuicio intelectual, su desprecio por el espeso caldo de cerebro dominante, su sabia creencia en que los desposeídos tienen razones y razón, y esa ansia de libertad que así le mantiene joven y pimpeante, aunque tan sordo como yo, pese a los empeñosos esfuerzos del doctor Olaizola. Habiéndoselo leído todo me gana en dioptrías, y no hace mucho tiempo salíamos del bracete de la casa de Agatha Ruiz de la Prada para tomarnos un café mientras nos confeccionaban, junto a otros indignos, unos pijamas a rayas de presidiario para unas fotografías de autoconmiseración. Bajábamos las escaleras umbrosas, agarrados como un ciego y un sordo, en situación algo cómica, aunque para mí gratísima, porque una de las satisfacciones que se me han dado en esta vida ha sido la de conocerle y, supongo, que entenderle, además de leerle, por supuesto y lo importante.

Alevines de la nada, todos nosotros jovenzuelos como él que acabamos en el periodismo, alguno en la vida política, y los demás en la satisfactoria vida privada, le rendimos de inmediato pleitesía de Príncipe. Futuro Príncipe de las letras, que ya hace tiempo es y no por su último galardón y, Príncipe de nosotros mismos por acertada aclamación popular. Era una intuición. Sólo sabíamos de él que se ganaba la vida en una agencia periodística pergeñando entrevistas finas e infames en una máquina portátil «Olivetti» que nunca ha abandonado. Era menos guapo que ahora, porque ha mejorado muchísimo con la edad, y se lo rifaban las señoras con más entusiasmo que a Raúl del Pozo, y eso que gastaba de bonito oficial de la canallesca. Ya alardeaba de cínico, lo que entonces (el miserable Madrid del franquismo) hacíamos muchos de sus contemporáneos, pero con menos éxito, y presumía de «dandy», de «quinqui» vestido por Pierre Cardin, y de «maldito», pero elegante de los que puedes llevar a los salones literarios sin que, pese al hambre, se embolse los canapés o eructe en la mesa.

No se estaba fabricando una personalidad. Siempre fue así. Tiene la libertad del «quincallero» hasta librado del racismo de los gitanos, es «dandy», es Brumell, aunque para él la bufanda y las chalinas sean una necesidad y no un aditamento, es sincero, amistoso e ingenioso, como debe ser un Príncipe, paciente, trabajador y sensible, y, ¡hete aquí! el mayor feminista que conozco pese a su aguerrida fama, bien ganada, de misógino. Esa sí que me temo es una simulación literaria, porque la dependencia, deseada, que Francisco Umbral tiene por las mujeres, sólo podría explicarla su esposa España. No es un matrimonio nacionalista o patriótico. Cuando se casaron en Valladolid, los invitados coñones gritaban: «¡Viva España!», pero sólo en honor de la novia. Sus lectores habrán advertido en Mortal y rosa el dolor inmenso de esta pareja de padres amantísimos ante la pérdida de su hijo. Supongo que tras aquello Francisco Umbral se blindó ante el sufrimiento, por no poder soportarlo. Y le hizo expeler todavía más humo a su maquinita de escribir, liviana y táctil como una adolescente.

Si no le dejaran, Paco redactaría con un pincel y un cubo de pintura «dazibaos» en las tapias de las obras. La escritura perpetua es la suya y no la que supone Vargas Llosa. Ha pasado por la biografía, el ensayo, la novela y el rescate de todos los «palabros» de la nueva germanía, el lunfardo «cheli» de los que vienen detrás. Que la tropa de la Real Academia no le haya acogido aún en su envidioso seno es prueba no sé si de inoperancia, desprecio por el propio trabajo, «estultez» o arterioesclerosis, pese a la buena voluntad, entre otras, del ánimo fresco y juvenil de don Fernando Lázaro Carreter.

Pero el pacto con sus lectores pasa por la Prensa escrita, trabajo de galeotes que nunca se le agradecerá bastante. Podía permanecer en su «dacha» en las afueras de Madrid (excelente y cuidado jardín y sin ningún volumen engordado por el agua y pulposo en la piscina), escribiendo sus libros, recibiendo episcopalmente a futuros genios de la escritura, y dándoles suaves y displicentes consejos. No. Está todo el día en la calle, provocando y contando lo que pasa. A la intemperie, de columnista de guardia, y recibiendo amenazas como chuzos de todos los aterrados por la libertad y que ni siquiera se han leído a Fromm y menos al enloquecido de Wilhem Reich, gurús de nuestra juventud.

La recuperación de la memoria de nuestra última faena cainita estará entre lo mejor de su obra, aunque por toda ella se sobrepone un estilo propio, intransferible y poderoso, lleno de hallazgos verbales y agilidad en la sintaxis. Hay que tener mucho cuidado leyendo a Umbral porque puedes caer en la tentación de imitarle. Esta no es su hora mejor, porque le queda mucha biografía llena de trabajos por delante, pero sí la de sus viejos amigos. El recuerda un guateque de pobres en la casa de mis padres, allá por el Jurásico superior, en el que a media luz y con música ratonera obtenida de una radio ingeríamos ginebra de garrafón mezclada con Fanta, y sin hielo, porque ni nevera había que nos lo suministrara. Allí estábamos unos indocumentados y desasistidos sin ningún futuro por delante pero satisfechos porque nuestro Príncipe nos contemplaba retrepado en una silla junto a la pared. Como a tantos, no me hace falta que le den el «Asturias»: para mí siempre fue eso, un Príncipe.

5 comentarios:

Rutasblog dijo...

Señor Francotirador está usted muy Umbraliano últimamente. Lo celebro.
Pero nos encantaría saber a sus seguidor que mosca le ha picado para que tengamos a Umbral, en este su foro, un día sí y otro también.

Está usted sufriendo una transformación en sus gustos literarios? ¿O lo que le seduce es ese ligón empedernido que no paraba de menear la pelvis?
Sí, sí quiero saberlo.

A Martín Prieto, parafraseando a Umbral: Gracias y un beso, Viejo Lobo.

EL FRANCOTIRADOR dijo...

Bueno usted ya sabe que mis devociones van más por Perez-Reverte,lo que pasa que mi alma marujil aún se pregunta que les daba Umbral a las mujeres para embelesarlas.

Rutasblog dijo...

Pues, qué les va a dar, matarile, joder.

EL FRANCOTIRADOR dijo...

Yo creo que sobre todo tenía un labia de oro además de otros "atributo",je,je,je.

Fernando García Pañeda dijo...

Nunca supe muy bien a qué carta quedarme con Umbral. Pero lo que es innegable es que tenía una pluma genial.